Enrique Vila-Matas sobre Naturaleza infiel en El País


Abril en París. Enrique Vila-Matas. El País. 27-04-08

1- En el avión de ida a París, leo la novela Naturaleza infiel, de Cristina Grande, donde la autora teje con talento una dramática gramática familiar en un virtuoso tapiz de escenas. De vez en cuando, con su humor de veneno raro y sin apenas levantar la voz, la narradora demuestra que nunca le faltaron ideas en medio de tanta virtud: "Imaginaba cómo yo misma iba apuñalando uno tras otro a mis hermanos y a toda mi familia, y cómo después me cortaba las venas".

Crítica de 'Naturaleza infiel' en el suplemento de libros de "El periódico de Cataluña"


Tres mujeres contra el infortunio

HEROÍNAS DEL SILENCIO

Es una buena inversión reparar en algunos narradores que, sin alharacas ni tamborradas propagandísticas, van haciendo una obra madura y muy respetable fuera del eje Barcelona- Madrid. Cristina Grande (Lanaja, Huesca, 1962) es una de ellos y acaba de publicar su primera novela después de un par de libros de cuentos, La novia parapente (2002) y Dirección noche (2006), que recibieron críticas elogiosas. Esta Naturaleza infiel merece algo más que palabras halagüeñas, merece lectores perceptivos capaces de conectarse por banda ancha con el lado inclemente de la vida.

 La narradora, Renata, es una mujer que ha rebasado la cuarentena y sobrelleva con notable decoro un  sinfín de golpes y magulladuras, desde la muerte de su padre o las múltiples adicciones de su hermana gemela María hasta la ruptura con su novio Jorge, que la había acusado de tener una «naturaleza infiel ». Estos reveses y otros (el infortunio de la madre, los intentos de suicidio, los lances sexuales sórdidos) están contados con sobriedad y concisión, sin  subrayados melodramáticos ni afectación desdramatizadora.

 El despojamiento de la prosa, sintácticamente muy pobre, participa de este deliberado tono menor con el que, de forma  muy eficaz, se sugiere que los grandes quebrantos y alegrías acaban disolviéndose en el transcurso imperceptible de los años. Renata evoca su pasado en fragmentos sueltos (los  capítulos rondan alrededor  de las dos páginas), como si estuviera hojeando un álbum de fotografías y contuviera las emociones que le despiertan. La novela acaba configurando el  cuadro de tres mujeres que han braceado en un mar de frustraciones sin alcanzar la orilla y, entre abundantes guiños cinematográficos que remiten a ese universo ilusorio y sin  tacha, deja la sugestión de un campo de batalla sembrado de muertos y mutilados y del que han desertado los héroes. Aunque quizá no las heroínas.

30-4-08

Naturaleza infiel en Babelia


Hay un momento en Naturaleza infiel (RBA) en que el padre de las mellizas que protagonizan la novela ve a una de ellas, María, metiéndose un chute de heroína en el almacén del obrador. Le da un bofetón enorme (al hacerlo pierde su alianza de casado, que rueda por el suelo) y se pone a llorar. La otra melliza, Renata, la narradora del libro, asiste desde lejos al episodio ("Yo vi toda la escena desde el marco de la puerta"). Cristina Grande dice: "Lo que hicieron los padres de nuestra generación tiene un mérito enorme. Venían de una dictadura, pero no querían educarnos con aquellos valores. Así que nos dieron libertad, quizá demasiada libertad. Fue un gran salto al vacío".

El episodio del pico da la medida del talento literario de esta escritora nacida en Lanaja, Huesca, en 1962. Ahí está la economía de medios que caracteriza su estilo, y la distancia seca y cortante de una narradora en la que no asoma ni pizca de sentimentalismo en una historia de crisis familiares y soledad y dolor e incomprensión. Es una historia de vidas en la cuerda floja y de corazones rotos donde sólo quedan los añicos. El anillo del padre que sale disparado tras el bofetón revela el pulso que la escritora ha librado con las palabras para conseguir decir lo que tiene que decir sin decirlo de ninguna manera.

La carta de presentación de Cristina Grande han sido dos libros de relatos que le han permitido darse a conocer en un círculo de catadores entusiastas de literatura exigente. La niña parapente se publicó en 2002 y Dirección noche en 2006, ambos en Xordica. Cuando terminó el primero de ellos se sumergió durante ocho, nueve meses en la escritura de Naturaleza infiel. No consiguió rematarla. "Todo lo que cansa me agota", comenta Cristina Grande acordándose de Pavese (Laboro stanca). "Lo que pasó fue que me salió una escritura torrencial cuando yo soy más bien parca. Más adelante retomé la novela, por consejo de Ignacio Martínez de Pisón, y tuve que aplicarle la contención que me caracteriza".

Carver, Cheever, Bernhard, Bukowski... son algunos de los autores que admira. "Pero sobre todo Natalia Ginzburg", dice. Empezó tarde en la literatura. Así que habla de los melocotones de Calanda. "Maduran cuando ya se ha pasado la cosecha, pero su carne es muy sabrosa y son muy apreciados". Tras la broma, la reflexión: "He tenido una maduración tardía. Pero es que soy incapaz de reaccionar al momento. Me pongo, y las cosas salen de aquí a un año. Y, además, salen gota a gota".

La tentación de establecer puentes entre la vida de Cristina Grande y su novela es inevitable. En su familia son también dos hijas y un hijo, han muerto su padre y su hermana y su madre trabaja en una farmacia (en la novela monta una herboristería). La elaboración literaria ha transformado radicalmente la experiencia vivida, comenta la escritora. Lo que sí es indiscutible, aunque la novela vaya mucho más allá y admita cualquier lectura, es que Naturaleza infiel tiene mucho de retrato generacional. "En el camino han caído muchos", comenta refiriéndose a amigos y conocidos. "Fue una época convulsa. Se juntaron demasiados cambios y fuimos demasiado lejos. A veces pienso que me salvaron mi timidez y mis miedos. Yo soy incapaz de pincharme con una aguja. Por mucha heroína que lleve detrás".

En poco más de 140 páginas lo que cuenta Naturaleza infiel es lo que pasa en una familia de provincias durante unos años, los que van de mediados de los años sesenta a mediados de los noventa. Son capítulos breves que van iluminando episodios, pequeños pasajes, momentos, historias domésticas: como fogonazos. Hay con frecuencia viajes hacia atrás para completar el paisaje espiritual y material donde ocurren las cosas. Cosas, por otro lado, muy corrientes. Pequeñas disputas, cotilleos, leyendas. También está el peso de la soledad, las rarezas del amor, la muerte. Cualquiera podría decir que no pasa nada. Y tendría razón. Pasa lo que pasa en la vida: que haces pequeñas trampas, que tienes miedo, que permaneces ciego al paso del tiempo, que salvas las dificultades mirando hacia ninguna parte. Y un día todo estalla. Ni siquiera entonces Cristina Grande utiliza la brocha gorda. Sigue afinando los matices. Cae un anillo, rueda, nadie lo encuentra.

Cuando muere el padre, las mellizas que protagonizan la novela sortean la sacudida caminando firmes hacia el precipicio. En un caso, de la mano del caballo; en el otro, dejándose arrastrar por una compulsiva y rutinaria dedicación al sexo. Son cosas que pasan empujadas por la corriente de la vida. No hay gestos solemnes. Ni decisiones heroicas, ni dramas. "Formo parte de la generación del baby boom", dice Cristina Grande, "éramos muchos, y no podían estar pendientes de cada paso que dábamos. Fueron años difíciles y no creo que la generación de nuestros padres supiera qué mundo estaba construyendo. Iba a ser muy distinto del que conocían, en el que habían crecido y se habían formado, el de la dictadura".

La generación anterior a la de Cristina Grande fue la de la lucha antifranquista. Sus peripecias se han contado con frecuencia, y muchos novelistas han querido contar el cambio profundo que vivieron, ese viaje que fue de la utopía socialista al adosado con campo de golf. La generación posterior, la que creció en una democracia ya consolidada y dentro del agresivo capitalismo global, fue educada para competir. Cristina Grande cuenta lo que pasó con los que estuvieron en medio. Los que eran adolescentes, casi jóvenes, cuando llegó la democracia. "La vida es como estos días de primavera", dice, "y así me la he tomado siempre. Está luciendo el sol, pero el clima puede cambiar abruptamente. Es un tiempo en el que nunca aciertas con lo que tienes que ponerte, y puedes pasar mucho calor o morir de frío". Es cierto: no fue una generación que tuviera proyectos demasiado solemnes como cambiar el mundo, tampoco había sido educada para construirse un currículo impecable. El acierto mayor de Cristina Grande es tomar a sus personajes tal cual. Viven lejos de las grandes capitales, en provincias, pero igual que a todos les toca la vorágine de los grandes cambios.

VIDAS EN LA CUERDA FLOJA. José Andrés Rojo. 26/04/08

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. "La nostalgia de futuro que tienen los jóvenes de hoy puede llegar a ser terrible. Crecen con unos planes demasiado precisos y pueden encontrarse con que el futuro no es el que habían imaginado. Van a fracasar frente a sus sueños, que a veces no son ni siquiera suyos, y no frente a la realidad. Por lo que a mí respecta, me considero afortunada. Me ha tocado estar en medio de la batalla, y sigo aquí. Ya es bastante".

La novela de Cristina Grande se ha publicado hace unas semanas. Otro vínculo entre la ficción y la realidad es que ella también creció en un lugar pequeño, en Haro (La Rioja), y luego se trasladó a Zaragoza. Ahora escribe columnas en El Heraldo de Aragón y las recoge en su blog (http://cristinagrande.blogia.com/). Ha estado ya dando tumbos con la promoción. Estuvo en Ricla, un pequeño pueblo de esa zona. Encontró a lectores entusiastas. "Todos tenían, sin embargo, una obsesión. Querían saber quién fue el primer novio de la narradora, y habían hecho varias hipótesis. Y es verdad, escribí que su primer novio era de Ricla. Pero lo puse simplemente porque me gustaba ese nombre. Fue difícil que me entendieran". -

Enrique Vila-Matas recomienda a Cristina Grande en Marie Claire


Enrique Vila-Matas recomienda "Naturaleza infiel". "Gran revelación de la narrativa española. Una escritura en la que se sienten los latidos de la yugular del propio lector"

Crítica de J.A. Juristo en ABCD


RETRATO DE FAMILIA

No he leído los libros de cuentos de Cristina Grande, La novia parapente y Dirección noche, por lo que me enfrento con Naturaleza infiel al primer libro de ella que llega a mis manos. No decepciona: Hacía tiempo que no me regocijaba tanto con una historia de familia tan bien contada y que fuera capaz de remontar, de transfigurar los recuerdos dotándolos de entidad literaria. 

Reconozco que las evocaciones familiares son una constante en cierta narrativa actual y que los casos en que la cosa no transciende son muchos, quizá demasiados, y sé de la virtud salutífera que contiene para muchos lectores, no hay más que fijarse en el éxito de público de las novelas de Almudena Grandes y sus consabidos contrastes en la lucha sorda entre hermanas dotadas de atributos contradictorios, una hermosa y delgada, la otra gorda y no tan guapa?, incluso de su probada catarsis, al fin y al cabo todos pertenecemos, de un modo u otro, a una familia, pero la sorpresa con esta novela me vino porque me asaltaron nada más comenzar a leerla paralelismos con lecturas muy gratas que había tenido con novelas de otras escritoras muchos años atrás. 

Ventanas abiertas. Hubo momentos en que me recordó a Elsa Morante, desde luego a Natalia Ginzburg, claro, a su Léxico familiar, título que le vendría que ni pintado a esta novela, pero también a escritoras más recónditas, como Ana María Ortese. Bueno, también Raymond Carver, pero esa gran influencia parece inevitable en la generación a la que pertenece Cristina Grande. Me doy cuenta, además, de que esas correspondencias tienen a escritoras italianas casi como exclusiva, pero la atmósfera que desprende Naturaleza infiel es similar a la que me despertaron en su día la lectura de ciertas obras de estas escritoras. 

Tiene gracia, por otra parte, que ninguna de ellas haya incurrido en sus libros en el costumbrismo que asociamos de antemano a la narrativa italiana de posguerra. En esta novela de Cristina Grande hay que decir que el género está también ausente sin que, por otro lado, renuncie a ser un espejo en que muchos reconocerán rasgos de cierta España de los últimos veinte años. Sin embargo cabría decir que el costumbrismo no está muy arraigado en estas crónicas de familia que se hacen en nuestra narrativa, el ejemplo de Sur y Bene fue determinante para esta feliz consecución aunque no una serie de obligadas incursiones en un lirismo a veces un tanto exasperante y obligado, algo que, gozoso hallazgo, tampoco se encuentra en esta novela. 

Quizá sea esto lo primero que me ha llamado la atención, esa desafección a estilos ya contagiados. Luego, la intensa calidad de su prosa, una prosa despojada, muy precisa, que tiende al rasgo expresionista y no se deja seducir por falsas complacencias. Quizá su incursión en el cuento le haya ayudado a ello pero lo cierto es que esta novela está dividida en capítulos que semejan cuadritos, ventanas abiertas a una memoria que no se quiere lineal y que, aunque entrelazadas, pueden leerse como historias que parecen tener la voluntad de empezar y acabar en ellas mismas. No hay, por tanto, una secuencia temporal en el libro, aunque abarque años muy precisos, sino que el desarrollo se acomete a saltos. 

Musicalidad. Desde su primer capítulo, «Sin daños aparentes», donde se nos cuenta casi todo lo que se va a desvelar luego, por lo menos en apariencia, y es magnífico en su concisión y en el especial sentido del humor que revela, hasta «Hilo de seda», con su dramático final, el tono de la narración se despliega como una suerte de bajo continuo . 

He leído que Cristina Grande se educó de niña en la música. Quizá haya alguna reminiscencia en la estructura de la novela, amén de los consabidos guiños burlescos de que hace gala en toda la narración, en la segunda línea del libro hay una alusión a la cantante Renata Tebaldi, también a Renato Carosone, pero creo que la musicalidad de la misma estriba en la propia atribuida al ritmo del lenguaje. Este es su mayor logro, aparte de otros más obvios, por ejemplo, el rápido despliegue que hace de detalles que parecen de atrezzo cuando en realidad son esenciales, como alusiones a películas, a marcas de electrodomésticos, al mundo de la fotografía?, en fin, un abanico de objetos que semeja no tener fin y que delimita en realidad una vida, la define. Hacer de esos objetos pura carnalidad y que Renata viva a través de ellos, parezca respirar con ellos, es uno de los atributos grandes de esta novela y dice mucho de su excelencia. En realidad todo. 

Crítica de J.A. Masoliver Ródenas en La vanguardia.


Cristina Grande sorprende con una primera novela, intimista y serena, en la que recrea un pasado de pequeños y grandes conflictos


Vida de familia

Cristina Grande Naturaleza infiel RBA 146 PÁGINAS 16,50 EUROS

Las protagonistas son dos hermanas gemelas marcadas por los misterios, los secretos y la tragedia

Naturaleza infiel de Cristina Grande (Lanaja, Huesca, 1962) ha sido para mí una verdadera revelación y su lectura un inquietante placer. La dramática reconstrucción de un mundo familiar está narrada con perturbadora serenidad, delicadeza intimista y una prosa igualmente serena que parece surgir de una necesidad al margen de cualquier ambición literaria. Novela que es un revulsivo al canibalismo que domina en nuestra más reciente narrativa. Para subrayar el tono personal, memorialista, el libro está escrito en primera persona, confesiones a un lector desconocido al que nada se le pide: ni piedad ni un juicio moral. Con claros datos autobiográficos, tampoco ha de leerse como una autobiografía: es simplemente una constatación de la sordidez, la ternura y la desolación de una familia marcada por la premonición, el misterio y el secreto y por una sensibilidad que puede llevar a la enajenación. 

Las referencias a la época son mínimas y permiten situarnos en la época en la que viven los personajes (la posibilidad de adquirir un lavavajillas o una televisión, el Ford Taunus del padre o el no menos viejo R-5 de Teresa, la llegada del hombre a la Luna, la represión, la muerte de Franco o el aumento de los suicidios en los primeros años de la década de los setenta), pero apenas si inciden en el turbulento mundo interior de las protagonistas, las hermanas gemelas Renata y María. La familia es de Épila, en la provincia de Zaragoza, donde la abuela, "una mujer obesa, de mal genio y gran corazón", tenía la Confitería Eulalia, que heredará el padre. La abuela materna murió en 1973, cuando las niñas tenían nueve años, y Renata piensa que nunca quiso al abuelo. El padre, huérfano de madre a los veinte años y que nunca conoció a su padre, "no había sabido salir de las apreturas económicas y el fracaso de sus negocios inmobiliarios". Tenía una pierna más larga que la otra y sus pisadas, "siendo una más débil que la otra, se asemejaban al sonido de sístole y diástole. Era como si caminara con el corazón". Persona reservada, cuando va a pescar con Renata devuelve un cangrejo al agua "con una gran tristeza en sus ojos, como si supiera algo terrible que los demás ignorábamos. Algo que yo misma descubriría tarde o temprano". Como descubrirá, el día del entierro, a una mujer joven y desconocida que le hace pensar que su padre tuvo una hija secreta. La madre, una mujer decidida, había estudiado Químicas en Barcelona y convenció al padre para que se trasladasen a Zaragoza y, ya viuda, tras vender la confitería, pone una herboristería. Mujer valiosa y valerosa, que "pensaba las cosas más terribles sobre su vida pasada" y "ordenaba armarios porque no sabía ordenar su vida", tras la muerte del marido decide que no volverá a casarse. 

Una decisión que toma también Renata: "Lo que realmente pienso es que me eché un encantamiento antimatrimonial el día de mi primera comunión". Cree que el sexo es inconcebible sin amor, pero se despierta en la cama con hombres que "no iban a salvarme de nada". Jorge ha sido su único y verdadero amor, "pero todo se fue al garete en cuanto mi naturaleza infiel tomó la delantera". Más trágica es la vida de su hermana, la rebelde María, heroinómana que, después de casarse y tener una hija, "la niña más sana y feliz del mundo", muere de una sobredosis. Si la efímera felicidad "hace pensar lo peor", la muerte de María confirma que están condenadas a la infelicidad. 

Seres en apariencia resignados a los infortunios (muertes prematuras, relaciones conflictivas, precariedad económica) y encerrados en su mundo familiar, viven agitadamente y en silencio, hasta caer en la insensatez y la autodestrucción. Una novela escrita desde el corazón por una narradora a la que, paradójicamente, resulta difícil desvelar "las claves de su tristeza", y que opta por un apacible e inquietante distanciamiento. 

16-4-08

Naturaleza infiel en los "Latidos" de Sergio Vila-Sanjuán en La vanguardia


Latidos. Sergio Vila-Sanjuan

Atención a Cristina Grande

Siento una gran admiración por aquellos autores capaces de recrear situaciones dramáticas suavizándolas con humor e ironía sin que por ello resulten deshumanizadas. Es el terreno de juego que hizo grande a Scott Fitzgerald y en el que recientemente ha mostrado su habilidad otro americano, David Sedaris. Es también donde se mueve Cristina Grande, quien en su primera novela demuestra una inusual maestría del tono narrativo, al servicio de un universo biográfico cargado de connotaciones generacionales. Como dice J. A. Masoliver Ródenas, una revelación, para mí la del año en narrativa española

16-04-08

Crítica de Ricardo Senabre en El cultural


NATURALEZA INFIEL

Aunque ya cuenta en su haber con dos libros de relatos breves, la escritora oscense Cristina Grande (1962) es todavía poco conocida fuera de algunos círculos aragoneses. Con Naturaleza infiel se ha adentrado en el terreno de la novela larga –ma non troppo, a decir verdad– y ofrece ya algunos rasgos firmes de lo que pueden ser su mundo y su estilo de narrar si persiste en esta trayectoria. Como novela, Naturaleza infiel está compuesta por una sucesión de brevísimos capítulos –algo más de medio centenar– en los que la joven Renata, pasados ya los treinta años, va desgranando recuerdos de su vida en los que se mezclan evocaciones de la niñez, referencias a una juventud turbulenta y sin horizontes o anécdotas concretas de distintas épocas, sin que en ningún momento la narradora pretenda subsumir sus informaciones en un esquema autobiográfico al uso, en una precisa organización cronológica, a partir de un capítulo inicial en que, muy tradicionalmente, eso sí, se dan a conocer los personajes de la familia (la narradora, sus padres, su hermana María, los abuelos) y se anticipa la noticia de la muerte del padre, que provocará decisivas transformaciones en la vida familiar. Desde ese momento, los recuerdos y las confesiones van y vienen casi siempre al margen de la época vital a que pertenecen. Son chispazos, destellos, fragmentos a menudo independientes que surgen de la memoria y que a veces se encadenan, de un modo que podría calificarse de cinematográfico, merced a ciertas contigüidades de sentido, más intuidas que deliberadas.

Así, el capítulo titulado “Viernes Santo” acaba refiriendo una breve convesación entre madre e hija, y el siguiente comienza con las palabras: “De las cosas importantes no solíamos hablar en mi casa” (p. 69). “Puenting” concluye hablando del cocinero de un restaurante, y el capítulo inmediato se inicia así: “El día que decidimos comprar un lavavajillas…” (p. 123). Hay otras analogías semejantes que el lector descubrirá sin dificultad.

Todo ello no anula la naturaleza discontinua y fragmentaria del discurso –redactado con inusitada corrección–, que constituye un modo deliberado de relato despiezado, una invitación
a que el lector lo ordene como crea conveniente, catalice las elipsis y reconstruya la historia. Una historia –urge ya advertirlo– cuyo principal rasgo es la escalofriante frialdad con que se narra cada pormenor, sin apenas jerarquía entre ellos. Las acciones predominan sobre los sentimientos. Los hechos –la muerte de un ser cercano, el hundimiento de otro en el mundo de la droga, las relaciones sexuales indiscriminadas y pasajeras, la carencia de aspiraciones elevadas– suceden sin que, al parecer, lleguen a dejar cicatrices sentimentales ni a estimular reflexiones adultas acerca de la propia existencia. La relación de Renata con su amiga Teresa, o el noviazgo que mantiene con Jorge –y que Renata no es capaz de respetar, arrastrada por su “naturaleza infiel”–, se truncan sin provocar más que debilísimas reacciones momentáneas. Esta mirada gélida sobre el mundo, sobre la propia vida y acaso sobre la condición humana, esta visión en la que no se advierte valor alguno que destaque, donde ni siquiera asoma el más leve atisbo de la tópica mitificación de la infancia como paraíso perdido –porque la noción misma de paraíso es ajena a la óptica narrativa–, me parece la novedad más significativa de Naturaleza infiel. Lo otro, es decir, la invención de la historia, con la familia, la viudedad, el traslado a la capital y la vida desnortada de la adolescencia, tiene poca originalidad –y mucho de vivencia personal, me atrevería a decir–, adolece de falta de matices y, en cualquier caso, recae sobre hechos ya muy tratados en la literatura de los últimos años, y de manera especial por algunas escritoras.

Asistimos en estas páginas al esbozo de un mundo personal de cierta originalidad, pero la historia nuclear deja en el aire varias dudas acerca de la capacidad de esta escritora para novelar, para crear orbes autónomos diferentes y variados, más alejados de un entorno inmediato, más deudores de la imaginación que de la experiencia personal. Y no es éste el lugar más apropiado para aventurar profecías. Únicamente la trayectoria posterior de la autora permitirá despejar estas dudas. 

Naturaleza infiel en el Vox pópuli del diario El mundo


‘Naturaleza infiel’, todo un éxito literario


La escritora aragonesa está siendo reconocida por la crítica y el público por su novela Naturaleza infiel. La obra ya ha logrado ser un acontecimiento literario y es el relato de las dificultades de la generación de los 60 que ella define como «desorientada».


Crítica de Naturaleza infiel en La Razón



Tiempos de silencio
Cristina Grande debuta en la novela con «Naturaleza infiel», un relato sincero con las drogas como fondo


María José GIL BONMATÍ


Siempre es agradable encontrar una primera novela que se sale de los cauces trillados, y hoy casi obligados, de acceso al mercado literario, es decir, que se escapa de mecanismos habituales como el artificio narrativo llamativo, la trama o línea argumental escandalosa, o los personajes extravagantes. Me refiero a «Naturaleza infiel», primera novela de Cristina Grande, autora con dos libros de relatos publicados pero que debuta en la novela y en una editorial -RBA- de tirada nacional. Y es que, a pesar del título o, mejor dicho, de lo que pudiera sugerir, y a pesar de que la novela toca un tema -la adicción a las drogas- proclive al tratamiento morboso, «Naturaleza infiel» es una obra sencilla y sin pretensiones, ambos valores literarios escasos hoy.

«Naturaleza infiel» tiene uno de esos argumentos de novela antigua -frecuente entre los narradores españoles de los cincuenta-, pues se trata de una especie de crónica de la memoria familiar y educación sentimental narrada a partir de los recuerdos de la protagonista sobre su vida en la época posfranquista, primero en un pueblo y luego en Zaragoza. Lo curioso en la obra de Cristina Grande es que el tono de nostálgica tristeza y resignada constatación de la grisura que solían tener aquellas novelas ha sido sustituido por un tono ligero, teñido de cómica ironía, el de una narradora, Renata, que parece divertida de haber sobrevivido a las miserias que nos cuenta y que, quizás por ello, nos presenta en forma de viñetas ordenadas, narradas a partir de una cronología musical y cinematográfica, como si «Naturaleza infiel» quisiera transmitirnos la sensación, como dice su protagonista, de «quitarse una faja-pantalón de aquella época después de haber hecho un largo e incómodo viaje».

Con un estilo conciso, Renata irá hilvanando fotogramas de una vida familiar en la que no se habla de las cosas importantes porque estas simplemente ocurren, casi siempre al margen de nuestra voluntad. A través de sus recuerdos veremos a una madre viuda concentrada en sobrevivir y a la que, sin embargo, le gustaría poder hablar como las viejas heroínas de película; a una hermana melliza que vive manteniendo el frágil equilibrio de una adicta a las drogas, o a diversos amantes que le permiten soñar con la posibilidad de que las cosas un día vayan bien. Todos ellos protagonistas de este tratado de supervivencia antiheroico, cotidiano y reconocible para muchos lectores que acaba siendo «Naturaleza infiel».

Recomendación de Naturaleza infiel en el especial del "día del libro" en El Periódico de Cataluña


NATURALEZA INFIEL
Cristina Grande
Temas como el sexo, las drogas,las ausencias y los afectos, en una novela que indaga en el alma humana a partir de la historia de la protagonista,  Renata, que a punto de cumplir 40 años hace repaso de las últimas tres décadas de su vida. La autora oscense inspira un sentimiento de inquietud que engancha al lector, creando un sinfín de dudas que no desvela hasta llegar al final.

Entrevista a Cristina Grande en Público


Es su primera vez en la Feria del Libro de Madrid, pero la menuda Cristina Grande (Huesca, 1962) ha entrado por la  puerta que hace honor a su apellido. Su última novela, Naturaleza infiel (RBA), se ha llevado los mejores elogios de  a crítica y ya va de boca en boca entre los lectores. La historia, que se centra en el devenir de dos hermanas que  transitan entre la adicción al sexo y las drogas en la época de la Transición, atrapa porque está hecha del mejor  material: la vida, sin concesiones.

 

¿Hasta qué punto hay una realidad ‘real’ en esta novela?

Todos los escritores utilizamos el material humano.  hora, decir que es autobiográfico, eso ya es más difícil porque, ¿qué no lo es? De todas formas, mis recuerdos están muy alterados y, además, yo soy muy fabuladora. Como no tengo mucha memoria, echo mano de la imaginación.

He leído que le costó dar con el final de esta historia, ¿por qué?

Sí, me costaba encontrar con un final que sabes  que no va a ser feliz. Pero hubo un momento en el que se impuso que tenía que terminar la novela, ya que, si no, iba  a dejarla. Opté por un final que al menos tuviera algo de esperanza.

¿Cómo surge la historia de estas hermanas que, además, son gemelas?

La narradora, Renata, es un personaje  que condensa los miedos y angustias que uno tiene enquistados dentro. También es un personaje que ayuda a explicar  esos años de adolescencia, de juventud que coincidieron con la Transición. Por otro lado, es un tapiz familiar y a mí  e gusta escribir sobre las familias.

 ¿Por qué?

La familia es como ese traje de noche negro: lo clásico. Además, es  algo inagotable que le lleva a todo el mundo, porque en realidad todos somos muy parecidos. Asimismo, me parece  n material moldeable muy rico.

 ¿Hubo cierto pudor al escribir aspectos que podrían ser cercanos?

 No, no me dio ningún pudor, aunque a lo mejor es que soy impúdica. Con pudor no escribes nada. No vas a ninguna parte. La reacción está reñida con el pudor.

Los personajes siempre están al filo de la navaja, ¿por qué esta constante sensación de inseguridad?

Es que la vida no la tenemos comprada. La vida es un ejercicio de equilibrio. Aunque  o nos demos cuenta, la distancia que separa a la vida de la  muerte es muy corta.

La muerte está muy presente en  Naturaleza infiel’. Muerte y ausencias, sobre todo, de los personajes masculinos como el padre, el novio, el hermano y el abuelo. ¿Lo ha hecho a propósito?

No, podría haber personajes femeninos ausentes. Lo que ocurre  s que esta fue la época en la que las mujeres empiezan a tomar parte activa en la sociedad. Comienzan a verse  empresarias, mujeres con estudios, y hay una liberación sexual, cosas obvias hoy en día, pero no en aquellos años.  reo que las mujeres fueron la parte activa más beligerante, socialmente más que políticamente.

Y además son  mujeres fuertes, ya que siempre tiran para adelante.

Son, sobre todo, dignas. Uno puede ser digno con todas sus miserias.

El libro también está plagado de referencias cinematográficas. ¿Cuál es el cine que más te ha influenciado?

El del Hollywood dorado de los años cincuenta y sesenta, el que veían mis padres y veía yo cuando  era pequeña. Son películas que marcaron mucho a una época triste, gris y bastante casposa. Era el espejo en el que  mirarse, por eso creo que su influencia fue muy positiva.

¿Por qué escribe siempre en formato breve?

Las  instancias cortas me van. Yo tiendo mucho a la destilación. Incluso cuando corrijo, en vez de alargar, lo que que hago es cortar. El escritor debe ser un poco cruel consigo mismo y no debe tener compasión. Claro que al lector hay que dejarle respirar, por eso entre la condensación y dejar aire se encuentra el ritmo, que es lo más difícil.

 

Cristina Grande en El Heraldo de Aragón, edición de Huesca. Por Antón Castro


LA MONEGRINA DEL AÑO

"Naturaleza infiel” es una de esas novelas que atrapan la vida. Y sus extremos. Y sus dolencias. Y los pequeños gestos de cada día 

Los libros de Cristina Grande –Nuevo Talento FNAC y acreedora a la condición de “revelación del año” con su novela “Naturaleza infiel” (RBA), según reclamaba hace unos días Sergio Vila-Sanjuan- me gustan porque cuentan nuestro tiempo con una voz que es muy particular, íntima, dura y poética, y a la vez es como una voz coral, con la que resulta fácil identificarse. Sin ostentación alguna, también tiene una especial sensibilidad para captar el lenguaje de la calle y de las gentes, y hacerlo suyo, muy suyo, quizá porque se desvela muchas noches en las madrugadas de una farmacia de barrio. 

Cristina Grande es una creadora de climas y de atmósferas. Climas de inquietud y de sombra. Atmósferas de culpa, de pudor, de una frialdad que nace de la incomunicación y de la soledad. Y de una forma de ser muy peculiar de sus personajes: parecen condenados, no sabemos por qué, a no entenderse. Cuando se aman, no son lo suficientemente apasionados o explícitos con los gestos y con las palabras; cuando rompen, no pueden olvidarse del amante, del amigo. En la obra de Cristina Grande siempre late un dolor, una pérdida, una indecible temperatura de espantos. Sus personajes, por lo general, sienten melancolía por las cálidas palabras que era imprescindible pronunciar y que no se han atrevido a decir.


Cristina Grande cuenta la vida: tal como es, tal como viene, tal como la recuerda. Posee una percepción especial para captar los pequeños detalles. Su literatura, que tiende a la miniatura y a la contención, se alimenta de recuerdos, de instantes, de gestos, de obsesiones, de secretos. Se nutre de observación y paciencia. En “Naturaleza infiel”, podríamos hablar de las cartas de amor de los padres, de la afición al cine, de la pesca, de la afición de la madre a acumular recuerdos, de las medicinas, de la bitácora del padre en el Britania… 


En los libros de Cristina Grande siempre hay historias familiares. La familia es un núcleo de fábulas, de relaciones, de sentimientos, de odios extraños y de constante perplejidad. Y en ese laberinto adquieren mucha importancia las casas, las estancias, los aparadores, los objetos: en ellos laten el misterio, el dolor, la ira, esa ternura seca y despojada de toda su obra. Cristina detesta lo sentimental, y rara vez se lanza a decir “Te quiero”.


La historia de las dos hermanas Renata y María es la historia de dos soledades y de una desubicación. Una es lectora, la otra menos; una ama a Jorge, la otra también; María lleva cuadernos de diarios, y Renata repasa los álbumes de su padre. María se desposa con la heroína; Renata salta de lecho en lecho. La suya es como una relación de espionaje y de protección un tanto distante. Las dos hermanas se espían. Se aman y se odian, pero no se encuentran. No es que haya una reivindicación explícita de la importancia de la cultura en sus libros, pero está ahí, está siempre: la música, la fotografía (con un aspecto casi siempre mágico: la foto de portada es el mejor ejemplo), la ópera, la literatura y el cine. El cine también sirve para ilustrar mejor que nada la relación del padre y la madre: vivían una pasión destructiva como Vivien Leigh y Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”. 


Me gusta la mezcla de pudor y descaro. El pudor es uno de los temas del libro, el pudor a confesar los sentimientos. Renata recuerda que recuerda ellas son como raspas. Y, sin embargo, el sexo sin amor y la violencia sexual, la crueldad, la desinhibición, el atrevimiento y el peligro andan siempre por ahí. Dentro de ese descaro también está la naturaleza infiel de los personajes: de Renata, especialmente. Cristina Grande posee un humor especial. Un humor que nace de la tragedia. O del patetismo de los personajes. “Naturaleza infiel” es una de esas novelas que atrapan la vida. Y sus extremos. Y sus dolencias. Y los pequeños gestos de cada día. Toda la novela es como un melodrama de Douglas Sirk, quizá menos épico. Un melodrama donde fluyen una y otra vez la hondura, la intensidad y el talento de Cristina Grande, que se afirma, como las capitanas del cierzo, monegrina de Lanaja. Monegrina.

Cristina Grande en el Diario del Alto Aragón


Cristina Grande habla de amistad y familia en ‘Naturaleza Infiel’ 


Cristina Grande cuenta en “Naturaleza Infiel” una serie de vivencias familiares y de amistad, protagonizadas por dos hermanas mellizas. “Son pequeñas historias que luego componen un friso mayor, y cuentan una historia que se prolonga durante bastantes años, desde la infancia hasta casi la madurez”. 

HUESCA.- De forma colateral, el libro habla del cambio del campo a la ciudad, y también del intento de reconstruir la vida tras una desgracia que rompe una familia. 

La autora altoaragonesa presentó ayer en la Librería Anónima de Huesca una trama que incluye elementos reales, “sobre todo situaciones, personajes y momentos de la historia de España, como la muerte de Nino Bravo, el 23-F y la transición a la Democracia. Es el tapiz en el que se tejen historias tomadas de aquí y de allá. La voz narradora, que es la que se podría identificar con la autora, tiene frases o anécdotas que me han podido pasar, pero en conjunto se parece bastante poco a mí”, asegura. 

La protagonista es una persona desencantada, desesperanzada y con poca fe en el futuro, “y en ese sentido no me identifico demasiado. Yo soy una persona optimista y creo en la bondad del mundo”.

Cristina Grande dice que la de Huesca es una de las presentaciones que más le ilusionan. “La primera que hicimos fue en Zaragoza y yo hubiera venido al día siguiente, pero no fue posible por cuestiones de agenda. Para mí tan importante es la de Huesca como la de Zaragoza, y todos mis libros los he presentado en los dos sitios”.

En la capital altoaragonesa ha presentado todas sus obras anteriores, siempre en la Librería Anónima y en compañía de Carlos Castán. “Para mí, es algo que me hace mucha ilusión y muy gratificante. Allí me siento como en casa, porque la librería es un lujo y siempre nos tratan muy bien”, señala. Con Carlos Castán comparte profesión y colaboraciones literarias como la del libro colectivo ‘Monegros’ de Tropo Editorial. Además, “somos casi de la misma generación y tenemos amigos comunes”.
La Comunidad Aragonesa cuenta con un buen número de escritores emergentes. 

Sobre el panorama actual, Cristina Grande apunta que “hay buena literatura en todas partes, no sólo en Aragón, y se están editando cosas muy buenas. Aquí tenemos grandes escritores, desde Javier Tomeo, que es como un padre espiritual, a José María Conget. Luego estamos los que somos un poco más jóvenes, y detrás de nuestra generación los de treinta y pico que también escriben muy bien, e incluso gente de veinte años”. La autora valora la coexistencia de varias generaciones, tanto de autores como de editores. “Óscar Sipán también está editando muy bien, y eso contribuye a que tengas más espacios para publicar, en los que además se hace bien. Eso dignifica al escritor, porque son bonitos, cuidados y con respeto al autor”.

Cristina Grande se ha tomado ahora un tiempo de respiro antes de emprender nuevos proyectos. “Debería estar ya en ello, pero me voy a tomar un par de meses para serenarme un poco”, reconoce. Dentro de poco llegan las Ferias del Libro de Bilbao, Sevilla y Zaragoza, en las que presentará su última obra, y espera visitar también la feria oscense. 

A veces se le hace cuesta arriba la promoción, porque    opina que “lo que a un escritor le gusta es estar escribiendo tranquilamente, y esto es otra historia”, pero valora el contacto con el público, porque “te gratifica ver que la gente se interesa, se acerca y te comenta cosas que quizá tú no habías pensado sobre tu obra. Eso te abre nuevas perspectivas”.

Naturaleza infiel en ABC


Grande debuta en la novela con «Naturaleza infiel»

VANESSA JOB VALLE. MADRID
Cuando era niña Cristina Grande, la autora de «Naturaleza infiel» (RBA), estudió música. Desde entonces quedó enamorada del ritmo y aprendió a trasladarlo a su forma de escritura. Su interés por la literatura la llevó a formarse en la filología, la ciencia que la etimología griega define como amor por las palabras. También se adentró en el cine y la fotografía. Sin lugar a dudas, en su primera novela, la autora logra unir todos estos elementos creando un relato sincero, lleno de sonoridad, que habla de los aspectos cotidianos, pero narrados de manera que enganchan instantáneamente al lector con referencias a la España de los años ochenta y noventa.

El libro está formado por historias pequeñas, que juntas describen la vida dentro de una familia dominada por un matriarcado a la muerte del padre. «Es como una pieza de porcelana fragmentada, que al unirla se reconstruye», dice a ABC, Cristina Grande.

La narración gira en torno a las últimas tres décadas de la vida de Renata -mujer moderna e independiente-, quien cuenta la reestructuración familiar, sus problemas y su adicción al sexo y la de su hermana a la heroína y cocaína. La autora de «La novia de parapente»se reconoce en Renata -la narradora de la historia- por la posición entre dos hermanos que ocupa en la familia, por la admiración hacia su madre y porque le cuesta trabajo mostrar sus sentimientos. Aunque aclara que Renata es más pesimista y desencantada que ella. Grande niega que su relato sea autobiográfico, pero parece difícil creerlo cuando se descubre la historia de la portada del libro, en la que aparece su padre -que ya ha muerto- mientras les toma una fotografía a ella a los seis años y a sus hermanos.

Con la primera novela de Grande, se le ha situado como una promesa para la literatura española. Ella, se siente alagada y piensa que tiene una gran responsabilidad. «Cuando escribo no pienso en eso, no se escribe pensando en el futuro o a donde vas a a llegar. Yo escribo para aprender, para ordenar las cosas, para entender a los demás y crear una armonía en el entorno».

Con «Naturaleza Infiel» la autora, de 45 años, concluye una trilogía que gira entorno a relaciones personales, la pareja, amigos y familia. Actualmente trabaja en un libro de cuentos y vislumbra ideas par su siguiente novela. Por ahora, su mayor tiempo lo ocupa en la preparación de su boda y en sus artículos de prensa para el «Heraldo de Aragón».

14-4-2008 

Cristina Grande en El mundo


«A los españoles nos ha costado mucho manifestar los afectos»

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Cristina Grande se revela como un acontecimiento literario con su primera novela, ‘Naturaleza infiel’

EMMA RODRÍGUEZ

MADRID.– No son muchas las veces en que a la hora de promocionar un libro coincidan el entusiasmo de la editorial, el halago de la crítica y el boca oreja, que es la mejor manera de ganar lectores. Está sucediendo –a modo de descubrimiento– con la primera novela de la autora aragonesa Cristina Grande, Naturaleza infiel (RBA), una historia sobre la generación que creció atrincherada entre los años finales del franquismo y los comienzos de la Transición.

Grande (Huesca, 1962), que ha sido reconocida como Talento Fnac, honor que había recaído anteriormente en Santiago Roncagliolo y Rafael Reig, traza una radiografía, más que generacional, emocional de la España reciente. Y es ahí, en la capacidad de la narración para despegarse de las circunstancias concretas de las que parte y volar mucho más lejos, profundizando en los recovecos del alma, en los miedos, en la incapacidad para expresar los afectos de unos personajes a la intemperie, donde radica su mayor mérito.

«Mi juventud, la de los que nacimos en los 60, ha sido una juventud despistada y desorientada, sin referentes, a la búsqueda de no se sabe qué, con unos padres también perdidos, que no entendían muy bien lo que estaba sucediendo», cuenta la autora, quien con esta obra lo que hace es cerrar una trilogía que merodea por los alrededores de su propia biografía sin llegar a ser autobiográfica.

Una trilogía que se completa con dos libros de relatos anteriores, La novia parapente y Dirección noche, publicados en su día por la editorial aragonesa Xordica y que bien haría ahora RBA en rescatar, ampliando los márgenes de un universo narrativo que parte del material altamente sensible del que están hechas las relaciones familiares y sentimentales. Grande cuenta una historia de supervivencia, la de tres mujeres, una madre y sus dos hijas, que intentan salir adelante haciendo frente a los estrechos márgenes de una sociedad en trance de cambio, a la muerte del padre, a la transformación de los modelos rurales... Corresponde a Renata, la narradora, dar cuenta de todo ello desde sí misma, desde la dolorosa búsqueda de su emocionalidad.

«Lo que he intentado es reconstruir las piezas de una vajilla rota, intentar poner orden en medio del desorden », cuenta Grande, quien atrapa en la novela la atmósfera de pudor propia de una época profundamente marcada por el franquismo. «Todos los que nacimos en los 60 veníamos de una cultura del miedo, de la culpa y del pecado que nos ha costado superar. Hemos tardado mucho en ser capaces de expresar nuestros sentimientos. Aunque parezca mentira esto es algo muy reciente que demuestra que la sociedad española de hoy es bastante más sana que la de entonces », reflexiona la escritora.

Sexo, drogas y 23-F

Las primeras relaciones sexuales, la adicción a las drogas de una de las protagonistas, la necesidad de la mujer de independizarse... Todo entra en una novela que habla de cómo hacerse fuertes y soportar los golpes de mar, los azotes de la vida, mientras, como telón de fondo, va transcurriendo la Historia con mayúsculas, esa que se escribe a partir de grandes y también de pequeños acontecimientos: la muerte de Nino Bravo, el 23-F...

«Los personajes están a merced de los elementos, no tienen brújula que les marque la trayectoria, no saben hasta cuándo van a poder resistir... Todos tenemos algún amigo que se quedó en el camino a consecuencia de las drogas... Todos sabemos, y por eso la novela supera sus propias circunstancias, lo que es el desvalimiento, la orfandad... », señala Cristina Grande.

Naturaleza infiel es todo eso, sin olvidar el alcance de una mirada cruel en ocasiones, tierna en otras; los valores de un estilo conciso, directo, capaz de apuntar al centro de los conflictos del alma y en el que la crítica ha creído percibir la huella de Carver.

«Me gusta Carver, por supuesto, y Chéjov, y Natalia Ginzburg, y Duras, y Djuna Barnes, y Dorothy Parker, y Katherine Mansfield...», reconoce la escritora, quien manifiesta también su deuda con tres pioneras de las letras españolas: Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Josefina Aldecoa. «Ellas nos abrieron el camino y hoy ya es hora de superar el debate en torno a si existe o no una literatura propiamente femenina. La literatura no tiene género».

Domingo 13 de abril de 2008