Una mirada de cine
NATURALEZA INFIEL. Cristina Grande (RBA)
Naturaleza infiel está formada por pequeñas historias que, en su conjunto, hacen una historia más grande. Cada fragmento va aportando algo al resto hasta que todo queda reconstruido como una vasija que se hubiera roto. Es el intento, a través de la figura de una madre, de reconstruir y rehacer una vida familiar distinta tras la muerte del padre que lo desequilibra todo. El éxodo obligado del pueblo a la ciudad en plenos años 80, cuando cada cual se veía en al trance de inventar la vida con las libertades sobrevenidas de golpe. Las dos hijas que de alguna forma permanecen unidas más allá de los azares propios.
Renata es la que narra en primera persona, es la voz, es la forma de escribir de Cristina Grande, la mujer atenta al detalle instantáneo, ojos de fotógrafo a la que salta, para captar, aunque fuera de forma abrupta, la esencia de las cosas. Pero también, dice ella, "es la forma de mirar de los que hemos visto mucho cine". El cine como un viaje introspectivo en el que "veíamos lo que queríamos ser, incluso tomábamos frases del cine que te ayudaban a vivir con otra perspectiva", para rematar: "El cine es casi lo que nos ha salvado la vida".
Muchos críticos llaman crueldad a esa forma escueta de escribir de Cristina Grande, cuando deberían en realidad elegir la palabra crudeza para esa forma de decir las cosas de forma clara y desnuda. Ni tampoco los personajes son crueles por actuar "quizá descaradamente o sin mucha amabilidad". Hay cosas muy misteriosas, como esa persistencia en la elegancia y la dignidad aunque sean construidas a partir de la tristeza, pase lo que pase. El lirismo de lo que no tiene brillo, y el humor "más monegro que negro" que ya estaba en los dos libros de relatos anteriores a esta novela.
Cristina Grande no tiene ninguna prisa literaria y espera paciente a que ante ella, aparezcan temas o ideas o intuiciones, para dejarlos escapar, a veces, o atrapar al vuelo "como si fueran mariposas que pasan y a veces se escapan; otras veces los vas como atrapando y los recompones", explica. Sólo así es posible ver lo que para cualquiera sería invisible. Pero además, consciente de ese don recibido, tan lejano a las ocurrencias, su lenguaje es sencillo, casi místico.
La portada del libro es una foto tomada hace muchos años por su padre, ya fallecido, y forma parte del archivo familiar. Tiene ese misterio capaz de ponernos a cavilar antes incluso de abordar la lectura. Y ya dentro de las páginas, (Renata y María son gemelas, María es alta y triste, distinta y hay un hermano fantasmal) comienza el mundo de sobreentendidos, de miradas y silencios, de amores y desengaños. Y de reflexiones llenas de contención porque, "como en la vida, los silencios son tan importantes como lo que se dice". Pero aquí no se trata sólo de omitir sino de concentrar, sin adornos, pero sabiendo que "sólo existe auténtico pensamiento cuando se expresa con palabras".
ROBERTO MIRANDA
rmiranda@aragon.elperiodico.com
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